Por Elso Martínez
La palabra posverdad traducida del inglés (post-truth), constituye un neologismo tanto en el idioma inglés como en el español, el mismo fue resaltado en el 2016 por el prestigioso diccionario inglés de Oxford, como la “palabra del año”. Todavía para diciembre del 2017 no había sido incluida en el diccionario de la Real Academia Española (RAE), según lo confirma Darío Villanueva, director de la RAE mientras dictaba una conferencia en la Universidad Nacional de Educación a Distancia, en Galicia, España, en junio del 2017. Sin embargo, desde entonces se concibe como información o aseveración que no se basa en hechos objetivos, “sino que apela a las emociones, creencias, y deseos del público”.
De acuerdo con esta nueva filosofía que encierra el concepto posverdad, la realidad deja de ser objetiva, para convertirse en una construcción de la consciencia humana, tanto individual como colectiva, esto implica, que la humanidad se enfrenta a una nueva cabeza que le nace a la “hidra” (serpiente de 7 cabezas que menciona la Biblia en Apocalipsis 13:1.) del idealismo, corriente filosófica que reduce la realidad, el mundo material, a lo que percibimos sensorialmente, y que como tal sólo existe en nuestras conciencias, en nuestras sensaciones y percepciones.
El concepto posverdad más que una entidad en sí mismo, es más bien un recurso para explicar e influir en prácticas sociales donde intervienen las creencias, los sentimientos, las emociones y las fantasías de las personas, como la religión, el arte, el deporte, la política, entre otros; siendo en el ámbito político donde más impacta, ya que se trata de un aspecto altamente ideológico. Se suele recurrir a la posverdad con el fin deliberado o no de evidenciar, resaltar e importantizar temas que en realidad no son determinantes en el desarrollo de la humanidad y mucho menos en la calidad de vida de las personas en cualquier parte del globo terráqueo, al tiempo de opacar y minimizar otros temas que, aunque no son del interés de los grupos de poder, sí impactan en el desarrollo social y humano de los pueblos.
A partir de la caída del muro de Berlín en el año 1989, acontecimiento éste que marca el fin de la Guerra Fría, o lo que es lo mismo la guerra entre el mundo socialista o comunista encabezado por la Unión Soviética y el mundo capitalista liderado por los Estados Unidos de Norteamérica, lo que el filósofo norteamericano Francisco Fukuyama llamara el fin de la historia o fin de las ideologías, el capitalismo como sistema hegemónico en casi toda la humanidad, se ha visto obligado a someterse a una revisión interna, que lo ha llevado a cuestionar el papel del Estado y a plantearse su reforma y modernización, destacándose como prioridades de ese Estado moderno, temas tales como, eficiencia, eficacia, calidad, transparencia, planificación, entre otros, y colocando la satisfacción de la persona como el centro de su principal interés.
Luego del triunfo de la revolución bolchevique o soviética en octubre de 1917, la cual instauró el primer gobierno socialista o comunista en el mundo, los temas más debatidos eran sobre todo: lucha de clases, clases sociales, explotación obrero-campesina, burguesía, proletario, capitalismo, plusvalía, comunismo, revolución, entre otros, los cuales estaban orientados a la crítica y al cuestionamiento del sistema capitalista y, la mayoría de los problemas sociales de la humanidad, solían atribuirse, por un lado a los capitalistas o por el otro lado a los comunistas; pero con la caída del muro de Berlín se inicia un cambio cultural que impacta a toda la humanidad, y temas, conceptos y concepciones que permeaban todo el quehacer humano de entonces, como los antes mencionados, son opacados, descalificados, estigmatizados y cuestionados por connotados intelectuales comprometidos con el nuevo orden, siendo sustituidos, excluidos, segregados y desplazados del imaginario colectivo, por otros conceptos, como discriminación de género, cambio climático, violencia de género, violencia intrafamiliar, racismo, inmigración haitiana -en el caso de República Dominicana-, tráfico de drogas, transparencia, entre otros.
Uno de los conceptos más opacado como consecuencia de la acción efectiva de la posverdad es justamente el concepto “lucha de clases”, a tal punto que ni los sindicatos de trabajadores lo mencionan, a sabiendas de que la incidencia de la posverdad es una consecuencia directa de las luchas de clases, en las que las clases dominantes en su empeño por evitar que las grandes mayorías analicen e interpreten las causas reales de sus males existenciales, es decir, su pobreza, exclusión social, desempleo, marginalidad, insalubridad, inseguridad, etc., se las pasan construyendo realidades fantasiosas, tratando de confundirlas, perturbándoles la razón, generándoles preocupaciones por circunstancias que más que causas, son consecuencias de las luchas de clases propiamente dichas.
Si se acepta la posverdad como información o aseveración basada en hechos subjetivos, que apela a las emociones, creencias, y deseos del público”, se pudiera colegir, que la propia democracia representativa constituye un ejercicio permanente de posverdad, ya que, bajo este régimen, la mayoría de los políticos, en aras de alcanzar el poder y luego mantenerse en él, suelen recurrir a la manipulación y exaltación de las emociones, las creencias y los deseos de la población más incauta. El mayor ejemplo de lo que significa la posverdad en la democracia representativa lo constituye la demagogia a la que recurren muchos políticos para ganarse el favor de la población, a fin de que los favorezcan con el voto durante las elecciones.
Un razonamiento parecido a lo antes dicho, lo hallamos en el libro “Verdad y mentira en la política" escrito por la filósofa alemana Hannah Arendt, 1970, cuando afirma: “Nadie ha dudado jamás que la verdad y la política nunca se llevaron demasiado bien, y nadie, por lo que yo sé, puso nunca la veracidad entre las virtudes políticas. Siempre se vio a la mentira como una herramienta necesaria y justificable no sólo para la actividad de los políticos y los demagogos sino también para la del hombre de Estado”.
La posverdad como construcción mental, fantasiosa, especulativa y mendaz, independientemente de que el término sea un neologismo en la lengua española, en la práctica se puede decir que siempre ha existido y con la misma intención de manipular, ocultar y opacar realidades, objetivas y concretas, aunque en los últimos tiempos ha cobrado más cuerpo por efecto del uso intensivo de las nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (Tic) en los mass media, que hacen que cualquier construcción fantasiosa se convierta en verdad por efecto de la difusión intensiva.
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