miércoles, 31 de octubre de 2018

OPINIÓN: LA POLÍTICA LÍQUIDA NOS AHOGA

Por Bartolo García Molina 

Al despuntar este milenio, Zygmunt Bauman publicó el libro Modernidad líquida, el cual lo catapultaría a la fama. Ese libro ha dado origen a una infinidad de otros libros y artículos con el adjetivo metafórico de líquido.

La metáfora de lo líquido remite a una realidad inestable, informe, efímera, flexible, precaria, maleable, moldeable, volátil y escurridiza; en contraposición a lo sólido que apela a lo permanente, firme, estable, etc. No se trata del fluir dialéctico de Heráclito, para quien lo único permanente es el cambio; sino de una paradoja cargada de ironía: en la modernidad (y en posmodernidad también), lo único estable es la inestabilidad.

En la política líquida, el compromiso de lealtad a un ideal (permanencia, firmeza, convicción, etc.) no existe. Todos están dispuestos a cambiar de forma (partidos, proyectos, ideales, compromisos, discurso, etc.), según indique el pragmatismo o la circunstancia. El material de que están hechos nuestros políticos es el mismo del que están construidos los edificios porosos que con la más suave llovizna, se llenan de filtraciones. Como el agua, a la más leve sacudida cambian de forma, parecer y lealtad. Y lo peor es que la generalidad de la gente acepta como buena y válida esa forma de hacer política, o más bien, de falsificar la política.

Políticos corruptos sometidos a la justicia, violadores de menores, abusadores de mujeres, tramposos, prevaricadores, charlatanes, demagogos, feminicidas y apóstatas pasan con facilidad y rapidez de villanos a honorables; otros con similares prontuarios son designados en los puestos de más alto nivel de la administración del Estado. Y lo peor es que muy pocas personas se inmutan.

Nuestros políticos cambian de parecer, de posición, de partido y de lealtades, con los mismos criterios y por las mismas razones que los deportistas cambian de equipo, y por tanto, de chaquetas y lealtades. Nos es difícil encontrar «líderes» políticos que han militado en los cuatro partidos mayoritarios (PLD, PRD, PRSC Y PRM). Estos especímenes han defendido con vehemencia la transparencia (declaración jurada de bienes, acceso a la información, etc.); han criticado la corrupción, la impunidad, el endeudamiento, el uso de los fondos públicos, la asignación grado a grado de las obras del Estado y el patrimonialismo; se han pronunciado a favor del respeto a la vida y la dignidad de la mujer; y se han opuesto a la reelección y a la modificación de la Constitución para complacer las aspiraciones del presidente de turno. Pero también han defendido o defienden todo lo contrario, dependiendo del color de su chaqueta y de la condición de opositor u oficialista que ostenten. Son defensores o defecadores de los ideales, según las conveniencias. Y lo peor es que muy pocas personas se asquean de tamaña pestilencia política.

En todas las actividades humanas, quien no se rige por principios actúa según las conveniencias, y se desliza como el agua (o como las culebras) entre los intersticios más insospechados. Si no se desarrolla un movimiento que repudie la falta de principios de nuestros políticos, terminaremos ahogados en la liquidez (o en la fetidez) de la política dominicana. Y lo peor es que este artículo será leído por muy pocas personas. Gracias a usted, mi amable lector, por llegar hasta el final.

Breve reseña del autor:
Bartolo García Molina fue profesor de grado en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), desde 1982 hasta el 2008, en las asignaturas Historia de la lengua, Fonética y Fonología, Teorías Lingüística y de Morfosintaxis de la Lengua Española. En la actualidad es profesor de Teorías del discurso y de El discurso de la ciencia en varias maestrías y doctorados en distintas universidades dominicanas. Su dilatada carrera docente le ha permitido incidir en la formación de varias generaciones de profesores de lengua española a nivel superior. Hoy, su pensamiento y su práctica tienen mucha incidencia en las universidades dominicanas.

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